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Crónica de un “irrepetible” viaje por el Tibesti

Cuando viajas por África por tus propios medios, la paciencia es una virtud que vas a desarrollar hasta extremos inimaginables. Si careces de ella, elige otro destino, es un consejo.

Os voy a contar lo que considero que ha sido mi mayor reto en este campo, no lo elegí, ni era una apuesta, fue simplemente el devenir de un viaje maravilloso pero lleno de sorpresas e imprevistos.

Si en 18 días pichas 24 veces, destrozas la cubierta de una de las cinco ruedas, rompes el alternador, se te prende fuego el motor, quemas el sistema eléctrico y tienes que recomprar el parachoques antes de devolver el glorioso vehículo, quiere decir que has tenido un viaje complicado. A esto le puedes añadir, que el único elemento del que disponíamos para hinchar los neumáticos pinchados, era una bomba de bicicleta y que el gato hidráulico funcionaba a medias.  Y de todo esto salimos sin morir en el intento.

Tras haber vivido esto, recibes la imperceptible e inútil graduación de viajero avezado.  

Pues con estos medios recorrimos el Tibesti en Chad en el siglo pasado.

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Un Toyota con cuatro ruedas

¿Te has enfrentado alguna vez a sacar la cámara de una rueda de un Toyota Land Cruiser y repararla a la vieja usanza? O sea, buscar el o los pinchazos, lijar, poner un trozo de caucho, no teníamos parches, esperar a que seque, meterla de nuevo en la cubierta e intentar cargar en esa cámara, la mayor cantidad de aire posible, lo recomendable son 4 kg, pero con la bomba disponible y tras una hora aproximadamente de esfuerzo conseguíamos llegar a los 2,5 kg. ¿Contento con la labor hecha? A veces sí, otras, nos dábamos cuenta de que habíamos pasado por alto un segundo pinchazo y era necesario repetir todo el proceso. ¡Multiplícalo por 24!

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Un viaje hacia el Tibesti

Ya he contado en ocasiones, que el desierto es mi segundo destino favorito después de las montañas y el Sahara mi preferido. Tengo que decir que he recorrido a menudo el sur argelino, Mauritania, Egipto, Marruecos, Libia Malí y Sudán lo que me ha dado cierto conocimiento de ese medio y tras muchos kilómetros y muchas vicisitudes vividas he sorteado un gran número de imponderables, pero ninguno como el que vivimos en aquel viaje.

El Tibesti es un nombre sugerente que se refiere a una gran región del desierto del Sahara que se extiende en el sur de Libia y noroeste de Chad. Entre mares de dunas y formaciones rocosas se levanta la montaña más alta del Sahara, un volcán apagado de más tres mil metros de altura, el Emi Kousi. Chad es un país difícil pero cualquier ruta por las regiones del norte, será extremadamente compleja y debes depender de tus propios medios ya que los núcleos humanos son muy escasos y es prácticamente imposible encontrar repuestos mecánicos e incluso comida.

Nuestro objetivo era el de recorrer esa región norteña viajando por el este del Emi Kousi a la subida llegando hasta la frontera con Libia y regresar por el este a través de los lagos de Ouninaga.

Pese a que formábamos, éramos 4 personas, un grupo más que experimentado, hay que reconocer que no pusimos atención en el coche que nuestro amigo Moussa  nos alquilaba. Nuestra tranquilidad y confianza nos llevó a no revisar el equipamiento  y como siempre en África, pensamos que todo tiene arreglo. Esta desidia, ¿por qué no decirlo? nos daría más de un dolor de cabeza.

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Y empezó el baile

Nuestra primera jornada de viaje rumbo a Faya ya fue de traca. Una vez abandonado el corto tramo de asfalto y ya sumergidos en la pista, surgió el primer susto, el alternador dejó de cargar la batería y el coche se paró. Primera solución a la “africana”,  paramos un taxi de brousse que recorría la pista al igual que nosotros y convinimos con el chofer el que intercambiaríamos nuestra batería con ellos cada vez que la descargáramos y se recargaría en su coche, de esta manera cada 20 o 30 kilómetros parábamos  y realizábamos la operación de cambio que nunca demoraba menos de 30 minutos. Nadie entre los pasajeros del taxi emitió la mínima queja, el chofer se llevó su propina y nosotros llegamos a destino, o sea a la nada.

¿Has visto un alternador por dentro? Pues en síntesis es una maraña de bobinas de hilos de cobre, el que no funcionara venia dado por que uno de estos miles y miles de hilos se debía haber roto, lo que impedía su función de cargar la batería. Y surgió la magia que solo se da en África y solo tienen los africanos. Nuestro avispado chofer, consiguió encontrar el hilo cortado y ¡repararlo!

La siguiente noche, tras un duro día navegando entre dunas, la pasamos en un pequeño poblado, no recuerdo el nombre, donde fuimos bien recibidos como siempre en este país. Unas pocas casas de adobe se levantaban entre un mar de dunas. Tumbados sobre una de ellas charlábamos con un vecino del poblado mientras el sol iba cayendo, la noche se aproximaba, las sombras se iban alargando. Y ese es precisamente el momento en que los escarabajos que habitan en el interior de la arena, deciden hacer acto de presencia. En un intervalo de pocos minutos, aquellas dunas amigables donde nos recostábamos con placer, se convirtieron en el terreno de juego de miles de esos coleópteros desperezándose e invadiendo cada rincón del terreno que nuestra vista abarcaba. Estos insectos son absolutamente inofensivos pero verlos invadir tu espacio y caminar desenfadadamente por encima de ti, da un poco de reparo.

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Y surge la pregunta, dado que dormíamos en una colchoneta en el suelo ¿se me van a subir por encima mientras duermo? La respuesta la desconozco, tras pasar en vela algún tiempo defendiendo la posición ante el avance descontrolado de aquellos insectos negros, decidí rendirme y caí profundamente dormido. Cuando amanecí, la arena estaba radiante y limpia, sin rastro ni huella alguna, lo que allí ocurriera aquella noche, allí quedó, como en Las Vegas.

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Y llegamos al poblado más grande de la ruta

El pueblo de mayor entidad en nuestra ruta era Faya, capital de la región norte situada a unos 400 km de la frontera Libia y a unos 790 km de Yamena.  La zona recorrida hasta allí había sido espectacular, inmensos mares de dunas y ¿cómo no? Los primeros pinchazos se fueron sucediendo y empezamos a ser consciente de nuestra miserable situación. La parte trasera del 4×4 la ocupaba un bidón de metal, de esos que contienen alquitrán, con 200 l de gasolina. Solo resaltar que la dureza de la pista recorrida, los baches sorteados y los golpes recibidos consiguieron romper el bidón, con las consiguientes duchas periódicas que provocaba la acumulación de gas en su interior y la imposibilidad de cerrar esa rotura, con ningún material que se resistiera a ser disuelto por la gasolina. A todo lo que nos había e iría sucediendo hay que añadir el persistente olor y sabor a combustible  que nos invadía a todos y todo. 

Para llegar a Faya tuvimos que dar un gran rodeo para evitar el campo minado que aún se mantenía activo, frente a ella y cortando la pista. Aquello era y sería lo más parecido a un pueblo que íbamos a encontrar en nuestra ruta. Lo que no pudimos encontrar, tras una intensa búsqueda, fue más que una sola cámara para nuestras ruedas. Delante teníamos la parte más dura del viaje y nuestras capacidad de respuesta mecánica estaba ya bastante mermada. ¿Insensatos? Quizás, pero seguimos hacia el Tibesti.

El terreno se iba mostrando más duro y montañoso, encontramos algunas caravanas de tubus, con centenares de camellos que iban rumbo a Libia. Los restos de equipo militar, vehículos, tanques  y armamento provenientes de la guerra civil de años atrás eran comunes y se encontraban en un buen estado. Detrás nuestro sabíamos que venía el ejército chadiano.

Cuando volvíamos la vista divisábamos  la cima del Emi Kousi, ahí quedaba el objetivo de otra expedición futura  por aquellas tierras.

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¿Exhaustos?

Cada jornada nos dejaba exhaustos, levantarse de amanecida, empujar, transitar por pista difícil o muy difícil, alcanzar los 40 º, reparar algún pinchazo y llegar en el límite del cansancio a un lugar donde acampar, daba igual, preparar algo de comer y dormir. Las cámaras de las ruedas empezaban a parecer coladores y en una de ellas tuvimos que hacer un zurcido de más de 10 cm para remendar un “7” que una espina de acacia nos había originado.

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Visto así parece una locura, pero no lo era, sabíamos que con el tiempo eliminaríamos lo malo y nos quedaríamos con lo que estaba siendo una experiencia increíble.

A trompicones alcanzamos el poblado de Zouar, próximo a la frontera de Níger, y aquí se nos abrió un nuevo frente de inconvenientes. En cada pueblo debíamos presentarnos a las autoridades locales, que nos recibían amables pero con la pistola encima de la mesa y mostraban un especial interés por estudiar maneras de sacarnos la mayor cantidad de dinero posible. Unas veces era el obligarnos a estar escoltados por la noche por una patrulla, lo que conllevaba el tener que pagarla a parte de tener que convivir con gente armada, cosa que no nos hacía gracia alguna. Otras veces, la mayoría, era imponernos un guía hasta la siguiente etapa a nuestra costa en dietas y comida. Está opción, además implicaba el tener que meter otra persona en el desastrado vehículo. Todo ello, negociado a la africana, o sea empleando un tiempo que nos era precioso.

De esta manera y en ruta hacia Bardaï que sería el punto más norteño de nuestra andadura, nos encontramos con uno de los “highlights” del viaje: el Trou de Natrón.

Una inmensa caldera volcánica majestuoso se extendía a nuestros pies. Nos permitimos un buen rato sentados en silencio, lamiéndonos las heridas, pero disfrutando de uno de los paisajes más impactantes de nuestro viaje y posiblemente de nuestra vida.

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Cambio de ruta

Y llegamos a Bardai y tocamos fondo. La situación pintaba fea, las fuerzas flaqueaban, íbamos muy retrasados con respecto al calendario ingenuamente establecido y el coche nos daba problema tras problema. Las pistas estaban en absoluto transitadas y temíamos que alguna nueva avería, escapara de nuestras capacidades y nos dejara definitivamente tirados. Las ruedas ya no soportaban más remiendos y habíamos perdido una cubierta. 

No encontramos ni un solo repuesto en el poblado y decidimos acudir al ejército francés, que mantenía allí un destacamento dedicado a desminar la zona. Tampoco encontramos ninguna ayuda de su parte y solo la recomendación de esperar 15 días a que viniera el avión de suministros y ver si podían llevarnos de vuelta a Yamena.

Tras un rato de reflexión en torno a unas latas de Coca Cola que habíamos podido comprar en el mercadillo y convenientemente “protegidos” por una patrulla militar armada, impuesta por las autoridades locales, decidimos que nos la jugábamos y que acortaríamos nuestro recorrido eligiendo un trayecto más directo hacia Faya, renunciábamos a ir a los lagos de Ounianga pero ni el tiempo ni la poca prudencia que nos quedaba nos lo podía permitir.

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¡Toyota en llamas!

Y así pusimos rumbo a Yebibou. Otro episodio reseñable en nuestra ruta de retorno fue la de conseguir incendiar el coche.

Cada día el filtro de gasolina se embazaba de polvo y era necesario sacarlo y limpiarlo. Rutina, hasta que un día, nuestro “avispado” chofer, decidió darle al contacto antes de volver a colocar el citado filtro en su lugar. Un chorrito de gasolina broto alegre y en vez de encontrar su camino hacia el carburador, se derramo sobre distintas piezas del motor, hasta encontrarse con una chispa. Y pasó lo que suele pasar cuando la gasolina encuentra fuego: fogonazo gigantesco y el motor del vehículo envuelto en llamas. Para entender mejor la situación hay que recordar que en la parte de atrás del coche llevábamos un bidón con más de 100 l de combustible en aquel momento.

En el mundo hay gente valiente y otro que no lo son tanto, de estos últimos éramos nosotros.

Como espectadores de lo que allí pasaba y viendo el motor en llamas decidimos salir por pies antes de que pasara lo previsible. Sin embargo y en el polo opuesto, el chofer y un lugareño que se afanaba en ayudarnos, lejos de temer la previsible explosión, empezaron a echar arena y tras una lucha tenaz contra las llamas consiguieron doblegarlas y extinguirlas.

Eso sí, el estado del motor tras el incendio además lleno de arena, no nos permitía albergar ninguna esperanza de que aquella maquina volviera a ponerse en marcha. 

Contra todo pronóstico y tras varias horas de limpieza de motor, ayudados por el aire producido la bomba de inflar ruedas de bicicleta de la que disponíamos, hábilmente utilizada por el lugareño, conseguimos que el Toyota “rugiera de nuevo”, permitiéndonos continuar ruta.

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De regreso a Yamena

A dos días de Yamena, en el mercado de Moussoro, conseguimos, comprar nuestro parachoques que habíamos perdido en una duna en el trayecto de ida.

Poco a poco nos aproximábamos a la capital y a lo que sería el final de una aventura de las de verdad, de las que nos había puesto al límite de la paciencia y la resistencia. Cuando nos subimos al asfalto, a unos 80km de Yamena, la carcajada que emitimos al unísono los cuatro no pudo ser más ruidosa. Habíamos conseguido mezclar las llantas de tal manera  que no eran  del mismo diámetro dos de ellas y el coche, al circular, nos daba la sensación de estar en un carrusel de verbena.

Y cuando ya intuíamos el dormir en blando y poder ducharnos, se nos quemó el sistema eléctrico del coche. Poco a poco vimos esfumarse nuestro deseo de comodidad y tuvimos que afrontar una nueva noche al raso y con la incertidumbre de si seriamos capaces de poner aquel “trasto” nuevamente en marcha.

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Epílogo

Cuatro días después de lo inicialmente previsto y con un veinticinco por ciento menos del itinerario, ingenuamente previsto, realizado, hicimos una lamentable entrada en el hotel de Yamena. ¿Tristes? ¿Defraudados? No, todo lo contrario, esa noche nos costó volver a dormir bajo techo. El recuerdo de los cielos cargados de estrellas que durante tantos días nos había cobijado y los paisajes y situaciones vividas nos acompañarán todas nuestras vidas.

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¿Cuál ha sido el viaje más desastrado de tu vida?

ESP

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