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Malí,una aventura por el rio Niger en pinaza

La culpa fue de Antonio Casado

En los años 80, la revista Viajar era el único referente para la gente que nos gustaba conocer mundo. Juan Gabriel Pallares, Ana Puértolas, Javier Gómez Navarro y Fernando Gallardo entre otras personas,  nos contaban mensualmente sus aventuras y exploraciones, junto a otras realizadas por gente anónima, aventureros de raza. Cada mes, me lanzaba ansioso a soñar viajando por lugares remotos y exóticos.

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Un viaje por el África profunda, lejos de rutas comerciales

En aquellas lecturas, encontré información sobre donde vivían los Kafires Kalash o como atravesar el Sahel en moto, como descender ríos en Patagonia, incluso el relato de la, probablemente, última visita al territorio de los Nuba en Sudán.

Pero entre todo aquello, hubo un artículo que me llamo especialmente la atención, lo firmaba un, para mi desconocido, Toño Casado. En él contaba las que más tarde identificaría, como peripecias clásicas de un viaje por el África profunda, un África lejos de las rutas comerciales y por lo tanto llena de peripecias y aventuras. En él narraba el descenso en pinaza por el rio Níger, desde la ciudad de Mopti hasta alcanzar la mítica ciudad de Tombuctú.

Unos años más tarde de aquel artículo, atravesaba el Sahara argelino junto a Toño Casado, al volante de una furgoneta mercedes mb130, con la que recorreríamos el Hoggar, pero eso será parte de otra historia.

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El río Níger es diferente

Algo de la necesaria geografía

El rio Níger es diferente, nace en las montañas de Futa Yallon (Guinea) a 240 km al oeste del océano Atlántico, y en vez de dirigirse a sus costas, se encamina hacia el desierto y tras un bucle gigantesco desemboca en el Golfo de Guinea. Este larguísimo rio, es navegable desde el puerto de Kulikoro, próximo a Bamako.

En su entorno  se han desarrollado una buena parte de las culturas subsahariana. Las variaciones en su caudal, debido al régimen pluvial propio de esta región han marcado cosechas y formas de vida para las más de veinte etnias establecidas en sus orillas

Los sorho, songay, los malinké o wangara, los peul y los wodaabe en el delta central, los bambara en el curso medio, y los ogoni en la desembocadura. Y los misteriosos tuareg, que se establecieron en las cercanías de Tombuctú como frontera sur de su territorio.

El veneno ya corría por mis venas desde el momento en que cerré la revista.

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Un viaje al País Dogón, Mopti y en pinaza llegar a Gao

En marcha

Era 1979 cuando me lance a lo que sería mi proyecto de vida y fue el de crear la primera agencia de viajes especializada en lo que, por entonces, llamábamos viajes de aventura.

Viajes Trekking y Aventura es un proyecto que en este año, cumple los cuarenta de vida.

A la hora de poner en marcha nuestras ofertas viajeras y en donde queríamos llevar a cabo nuestras exploraciones, surgió nuevamente, ese nombre mítico que retenía en mi cabeza: Tombuctú, Malí y el rio Níger.

Y así, a primeros de agosto de 1981, descendía, junto a quince viajeros, de un avión de Royal Air Maroc, en el “aeropuerto” de Bamako. Por delante teníamos un viaje previsto, que nos llevaría en primer lugar al país Dogón y luego a  Mopti para desde allí, descender el rio Niger hasta Tombuctú y finalizar el trayecto en Gao.

Semana atrás, nuestra empresa había cerrado las contrataciones con la única y obligatoria, agencia de viajes local, que sería la llamada a prestarnos los servicios que requeríamos, reservas de hoteles, transporte y lo más importante, una pinaza de tamaño suficiente para permitirnos vivir a bordo durante toda nuestra navegación por el rio, lo cual no estimamos en menos de 10 días.

Una vez en Bamako, y ya con el nutrido grupo de viajeros bajo mi responsabilidad, repasé con el gerente de la SMERT (Sociedad Maliense para la Explotación de los Recurso Turísticos) en su oficina, todos los detalles del viaje que teníamos por delante, pagos realizados, etc. Todo parecía estar en orden bajo mi bisoña experiencia.

Entre Bamako y Mopti hay 400 km asfaltados, pero este trayecto te ocupa un día completo. Paradas continuas para control de pasaportes, aduanas y propinas diversas solicitadas por cualquier persona que lleve alguna prenda que constituya un uniforme, te ocupan las entre 10 y 12 horas necesarias para cubrir el recorrido.

Nuestro alojamiento en Mopti, era el Hotel Campament, un complejo de pequeños bungalows destartalados. Allí, recién llegábamos, recibí la primera sorpresa, de las centenares que vendrían después. Nadie sabía de nuestra llegada y nadie les había enviado un solo franco. Tras superar el temblor de piernas inicial y ver que sin volver a pagar lo ya pagado en Bamako, no nos darían alojamiento, decidí volver a la capital en busca de soluciones.

De esta manera empalmé otras 10 horas, esta vez en un taxi de brousse junto a otros 10 fornidos pasajeros, de regreso a Bamako. Esto no empezaba bien.

Insisto en mi bisoñez, cosa patente al disculpar esa cara mezcla de inocencia, sorpresa e incredulidad, con la que te obsequian a veces, los africanos, cuando te la acaban de liar y que quedó grabada en mi memoria desde aquel momento, como el indicador del lio que se te aproxima.

Tras la noche en vela, llegué al tiempo en que abría la oficina de la SMERT. La sorpresa invade al gerente ante lo que le explico, promesas de que esto no volverá a pasar y para asegurar todo, me envía de regreso a Mopti, esta vez acompañado de su contable y con el dinero en metálico para pagar los servicios en su cartera.

Así batí el record de hacer tres viajes en taxi de brousse  a Mopti en 48 horas y lo único reseñable, fue lo cerca que estuve de morir asfixiado al comerme un huevo duro con la boca reseca en una de las parada.

Hubiera sido lógico y deseable pensar que la pinaza para nuestra ruta fluvial, ya estaba lista en el muelle a la espera de nuestro embarque, al fin y al cabo éramos los únicos visitantes en la zona y lo habíamos reservado tiempo atrás.

Pues ni rastro de pinaza y el delegado de SMERT en Mopti no tenía ni la más mínima idea de lo que queríamos ni de cómo conseguirlo. Tenía cuarenta y ocho horas para resolverlo, mientras que el resto de viajeros, visitaban el país Dogón.

Sin perder tiempo me lance al puerto a intentar encontrar entre cientos de personas, a la que podría resolverme el problema. Verte rodeado de africanos, gritando e intentando ganar tu atención, intimida. Sobre todo si nunca te has visto en otra igual. Tú no sabes con quien negocias, lo normal es que sea un comisionista, ni si realmente te puede prestar el servicio que necesitas.

Como todo en África, es complicado, tienes que encontrar lo que buscas, pero no demostrar excesivo interés si no quieres pagar el doble de su valor, para posteriormente, prestarte a un lago tira y afloja con el precio, que consume la paciencia de cualquier occidental.

Finalmente pude conseguir una pinaza, pero cargada con 40 toneladas de mijo, dispuesta a navegar hacia Tombuctú y Gao. Podríamos viajar sobre la carga y la tripulación y la cocinera correría por cuenta del patrón. También fijamos que no aceptarían otros pasajeros dado que nuestra contratación era por la embarcación.

El contable SMERT, que nos acompañó hasta ese momento se mostraba “inútil” hasta decir basta, fue incapaz de aportar la mínima ayuda y tras la negociación,  pagó al patrón por un servicio que debía haber estado contratado, y sin más regresó a la capital.

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Vivir sobre 40 toneladas de mijo

La salida del puerto, fue otro de las experiencias memorables, en el momento de soltar amarras, decenas de hombres, desde diferentes lugares, intentan abordar la pinaza. Y aquí comienza una pelea, habitual en África y que viene dada tras acordar el precio, y es fijar el número de personas que compondrán la tripulación o el staff, si no es así, intentaran colarte a un número indeterminado de individuos, a las que también cobrarán por un trayecto, que tú ya has pagado.

Cuatro días de navegación teníamos por delante para alcanzar Tombuctú.

El rio en esa época del año y en aquel año concreto, era inmenso en el entorno de Moptí, no se avistaban las orillas al paso por el lago de Debo, humedal estacional que se forma en época de lluvias. Paisajes fascinantes y gentes que se aproximaban sorprendidas a nuestra embarcación para ver, con sorpresa, a ese nutrido grupo de blancos viviendo sobre la carga de la embarcación.

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Una diarrea abordo

Este contratiempo es común a cualquier viajero, pero cuando viajas en una embarcación que no dispone de privacidad y, por supuesto, de w.c., la inoportuna diarrea, complica la situación.

El sacar el culo por la borda, se consensuo como el método más eficaz.

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El extraño caso de los peces sin cuerpo

La alimentación de esos días fue otra de las anécdotas de este viaje. La dieta, obligatoriamente consistía en arroz y pescado, esto que puede resultar apetitoso se convirtió en una pesadilla.

Nuestra gran cocinera, lo era por su tamaño y no por sus habilidades. Coció unos cuantos kilos de arroz que nos acompañarían durante la travesía y a los que añadía una especie de salsa roja. El plato, único, era coronado con un trozo de pescado. Podías elegir entre cabeza o cola ya que entre esas partes de su anatomía no existía nada.

La mitad de las veces y tras intentar sortear espinas y trozos de la sal mineral añadida al plato, el contenido del mismo pasaba inmediatamente a alimentar a los pescados del rio Níger que debían seguir nuestra estela.

Para remate, descubrimos, que el espacio central de la pinaza, donde maniobraba la cocinera, una zona despejada de sacos y donde la cubierta hacia un poco de agua, era utilizada por esta mujer como su w.c privado, simplemente poniéndose en cuclillas.

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Y a nuestro frente Tombuctú

Noches de vivac en las orillas, amaneceres y atardeceres africanos y la soledad de aquellos infinitos paisajes, fueron los momentos que cada día nos enamoraban. Anhelábamos llegar  Tombuctú pero queríamos vivir aquellos momentos previos con deleite, sabiendo que muy poca gente había disfrutado de aquellas experiencias.

La llegada al puerto de la ciudad fue grandiosa, épica. Decenas de pinazas amarradas al muelle nos impedían acercarnos a la orilla. Aún recuerdo la sensación de hundirme 30 cm en el limo depositado en el fondo, al saltar de la embarcación para ayudar a las maniobras de amarre.

Los nervios de la llegada, no nos dejaron percibir con la debida antelación, lo que se aproximaba. Frente a nosotros, un muro de polvo amarillo avanzaba furibundo. En pocos minutos, aquel rio tranquilo y pacífico de aguas color chocolate, se transformó en un hervidero de olas. Viento, lluvia, polvo… todo junto formaba una de las típicas tormentas del desierto. Agazapados en el barco y junto a la tripulación, aguantamos como pudimos los embates del viento que pugnaba por arrancar nuestro amarre. Tras la tempestad llego la calma y finalmente pudimos desembarcar en la ciudad tantas veces soñada de Tombuctú.

Lo que allí vivimos y nuestra posterior navegación hacia Gao, vendrá después.

Esta vez no puedo terminar este post animándote a conocer Malí, lamentablemente el país está en un situación terrible, sumido en luchas tribales y con las gentes del ISIS. Pero no olvides que, al menos para mí, este país es uno de los más bonitos que he conocido y al que me gustaría poder regresar en cuanto sea posible. Si te ha gustado o te has visto reflejado en las vivencias narradas, dalo a conocer, no por mi relato, si no como homenaje a este magnífico país.

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