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DE LA ESPAÑA DEL 2019 A IRÁN DEL 1398, SOBRE RUEDAS CON ANA ZAMORANO

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Con 27 años Ana Zamorano Ruiz, fotógrafa, cineasta y viajera, apenas se le resiste ningún continente. 

Recientemente acaba de volver de Irán, Armenia y Georgia.  En este articulo te va a contar como surgió la idea de hacer este viaje sobre ruedas.


DE LA ESPAÑA DEL 2019 A IRÁN DEL 1398, SOBRE RUEDAS CON ANA ZAMORANO

Dicen que cuando se cumple un sueño, hay que dejar paso a otro. Y esto fue lo que me pasó cuando en un coche de cinco plazas, siete africanos y yo veníamos apretujados subiendo un puerto en dirección hacia el último pueblo de Uganda en frontera con R.D de Congo cuando conocí a mi primer cicloviajero

El sueño de adentrarme en la Selva Impenetrable de Bwindi para conocer a los últimos gorilas de montaña se iba a hacer más real que nunca y, con él, sin esperarlo, apareció otro que pronto le sucedería. 

El momento que compartí con aquel hombre que viajaba en bicicleta fue suficiente para alentarme de que, tarde o temprano, yo también empezaría a descubrir Mundo sobre ruedas pues sentía que viajando sobre vehículos de a motor me perdía muchas cosas por el camino. 

 

Después de tres años de arduo trabajo y micro aventuras por Noruega, Islandia o sur de Marruecos que me acababan dejando un sabor amargo por la rapidez de las mismas, dejé un trabajo fijo en una cómoda oficina para descubrir los Himalayas desde la cara india y nepalí

Seguido vinieron la Patagonia, Argentina, Chile, Bolivia, Perú… que atravesaba a ritmo de hormiga engatusada por gentes y paisajes con rumbo norte. 
 

 

Después de cruzar el tercer suelo glaciar ártico más grande del Planeta, saborear el vino de la latitud Sur, quedarme boquiabierta ante formaciones geológicas únicas, áridos desiertos, tormentas de nieve en los cruces de la cordillera andina, dormir bajo un millón de estrellas en el salar más alto y extenso del Mundo y disfrutar de los amaneceres a orillas de los mágicos lagos azules fruto de enormes glaciares hicieron cuestionarme a medio camino que mi viaje en bicicleta no debía de terminar en Colombia. Y no es precisamente el paisaje quien me motivó a tomar esta decisión, sino que un transporte tan simple como la bicicleta te brinda la oportunidad de llegar a conocer la cara más hospitalaria de la gente. 

Me di cuenta que la bicicleta es un transporte que llega, abre puertas y corazones pues no entiende de economía, banderas ni religiones.

Cuando cruzaba la Cordillera Real en Bolivia y después de coronar mi primer 6088m, el run- run que toda la vida había tenido sobre descubrir Oriente Medio se afloró más que nunca e Irán acabó siendo un objetivo mental a corto plazo. Fue una tormenta de nieve en la Cordillera Blanca de Perú la que hizo que tuviera que hacer campamento base bajo techo durante una semana y media, lo que me brindó el tiempo necesario para planear que mi viaje no acabaría en Colombia sino en México y, que de allí volaría a Teherán para poner nombres y cara a la generosidad sin límites de la que varios viajeros ya me habían hablado. 

En abril aterricé con mi bicicleta y alforjas en una Teherán que cumplía 40 años desde la revolución del país y donde las últimas nevadas dejaban verse reflejadas en las grandes montañas que rodean la ciudad.

Con un incesante olor a primavera y un sol que iría derritiendo la nieve poco a poco y día a día, Teherán me pareció un desorden pacífico. Y es que, Irán es tan complejo que no basta con que te lo cuenten, sino que hay que experimentarlo para tratar de entenderlo lo mejor posible, y dar paso a reaprender todo lo que, en cierta manera, creíamos saber sobre el país. 

Si bien es verdad que poseen uno de los regímenes más duros del momento, su población difiere mucho de su mandamás y, los locales me lo hicieron saber a cada paso y pedalada que di en mis dos meses de periplo por el país.

La primera persona que conocí en la capital fue a Armin, un taxista que me alojó de forma altruista y que dejó de trabajar tres días para enseñarme cada rincón de la gran urbe e informarme de las conductas y normas básicas que como mujer en Irán debía de tomar; pantalones y camiseta largas que no marcaran la figura, que me cubrirían hasta media pierna y, por supuesto, el yihab, algo cada día más importante para el régimen musulmán chiita. 

Sin embargo, paseando por la capital hubo tres cosas que me llamaron mucho la atención: en Irán no estábamos en el año 2019 sino en el 1398 pues utilizan el calendario persa –calendario solar en el que el año comienza en el equinoccio de primavera-, algunos edificios señoriales hacían que me desplazara mentalmente a París y, por otro lado, la multitud de operaciones estéticas que se veían reflejadas en las caras de las mujeres, y también en ocasiones de los hombres, más jóvenes. Mujeres a las que, además, se les tiene prohibido cantar, bailar e incluso andar en bicicleta. Asimismo, la separación de sexos es muy evidente en la vida diaria pública iraní. Y digo pública porque, por el contrario, de puertas adentro es otro mundo totalmente diferente y liberal.

Después llegaron las renombradas Shiraz, Isfahan o Kashan donde el paisaje desértico tomó protagonismo y monotonía pese a que los locales ponían su color a diario. Esta es la clave por lo que tanto me gusta viajar en bicicleta: el conocer a la gente allá por donde paso. Experimentar esto es conocer realmente un país desde sus entrañas. Fue cruzando el desierto de Maranjab cuando la temperatura alcanzaba casi los 40 grados que decidí pondría rumbo noroeste hacia el Kurdistán en busca de montañas, un clima suave y una cultura, aunque dentro del mismo territorio, muy dispar a la del resto del país persa. 

Viajar a ritmo de bicicleta te ayuda a tomar decisiones como esta, donde sientes que eres la capitana del timón y tiempo. Y es precisamente esto lo que muchas mujeres me hacían llegar a través del traductor móvil. “Las mujeres en Irán no gozamos de libertad”, escribían la mayoría. Irónicamente ellas tienen que esconder sus pensamientos bajo un yihab que ‘protege su belleza’. Y no sólo ellas, sino que en muchos casos sus maridos asentían con la cabeza ante la imposibilidad de no poder hacer nada contra las leyes de un régimen que cada día las somete más.

Si en el centro de Irán la atención y conexión, pese a las dificultades del idioma, fueron excelentes experimentando un nivel de hospitalidad y generosidad desbordante, lo del Kurdistán fue algo todavía más desorbitado. Hay un proverbio kurdo que dice algo así como “los kurdos no tienen amigos sino montañas”, sin embargo, puedo corroborar que tienen ambos. 

Mi idea era adentrarme en las montañas hasta la frontera con Iraq y fijar rumbo norte por sus valles, con la idea de conocer la vida de esta icónica población de la que tanto había leído durante la guerra de Siria. Los kurdos visten como Aladino: pantalones cagados de color gris o negro, camisa blanca y turbante oscuro. Parece mentira que este pueblo guerrero no esté acostumbrado al turismo pues en todo momento me recibieron con mucho respeto y entusiasmo. El té con azúcar, unas pipas y una sonrisa son la excusa perfecta para parar a descansar.

Ellos son la minoría étnica sin Estado propio más importante de todo Oriente Medio; más de 30 millones de personas divididas hoy entre Turquía, Siria, Irak e Irán. Les une una lengua propia, una cultura milenaria y, una fama local bien ganada: un corazón que no les cabe en el pecho. Sus verdes prados, sus nevadas montañas, el olor a rosas y amapolas y el calor de la gente hicieron que alargara mi tiempo en el país. 

Cuando llegué a su capital Sanandaj, Farid y su familia me abrieron también la puerta de su casa como introducción no sólo a un idioma nuevo sino a lo que me esperaba en mi último mes en el país: enormes sonrisas y la mano derecha siempre fijada sobre el pecho con un gesto de reverencia que alegra el paso a cualquiera.

Los cientos de invitaciones a casas y comidas que me pudieron ofrecer no son suficientes para demostrar que los iraníes distan mucho de los conceptos preconcebidos que se les ha adjudicado. 

Pedalear por Irán como mujer sola ha sido y es uno de los recuerdos más preciados que tendré nunca

Si viajar en bicicleta es sinónimo de confiar y compartir, Irán es probablemente el mejor país para experimentar los tres al unísono.

 

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