Expedición al pico Nun en el Himalaya indio en Cachemira
Cuando estas colgando de una cuerda fija, en un muro de hielo de 70 grados de inclinación, con una mochila de 25 kg a la espalda a 5.500 m de altura ocurren muchas cosas. Para empezar estás empapado en sudor e intentando sacar todo el oxígeno posible a cada bocanada del aíre que inspiras. Inevitablemente una idea te viene a la cabeza. Abominas la hora en que se te ocurrió la buena idea de querer subirte al pico Nun de siete mil metros, de venir al Himalaya, de entrenar durante meses, de haber elegido una ruta que solo dos cordadas habían escalado con anterioridad.
En síntesis, ¿Qué se me ha perdido a mí en este sitio?
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¿Por qué la expedición al pico Nun (7.135 m) y no otra montaña?
En el año 1987, la Indian Mountanering foundation (IMF), solo concedía un permiso por temporada y ruta de ascenso a los picos permitidos. Mi interés por la alta montaña me tentaba a probar lo que era una expedición.
Tenía claro, que no disponía de tres meses, que no quería participar en una actividad pesada, que me interesaba una montaña poco conocida y que el acceso debía ser rápido para evitar un gran número de porteadores y de una dificultas moderada.
Y de ahí surgió el nombre de un pequeño macizo con un par de picos de más de siete mil metros, situados en el Himalaya indio y con un solo día de marcha de aproximación hasta el campo base y además, poco visitado.
Por otro lado, la fecha óptima era el mes de agosto y el permiso no era excesivamente caro. La suerte estaba echada, nos íbamos al pico Nun en el Himalaya indio en la región de Cachemira.
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Delhi en pleno monzón
Esta sensación ya la había sentido en mi primer viaje a India en 1979. Cuando encaras las escalerillas del avión, el finger no se había inventado aún, recién aterrizado en Delhi y en época monzónica, lo primero que piensas es en el calor que dan las inmensas turbinas del aparato en el que has viajado.
Según vas bajando te percatas de tu error, esta es la temperatura en la que te va a tocar vivir.
Para remate, y con el fin de aliviar los trámites y los eternos desplazamientos en Delhi, he decidido dormir en los dormitorios de la IMF.
Supongo que pasar una noche en el infierno, puede ser más agradable.
A la mañana siguiente y después de no haber pegado ojo y tras hacer los trámites pertinentes, me mudé a un hotel con aire acondicionado. Allí esperaría a mis tres compañeros de expedición, Antonio, Pepe y Miguel que sería, además, nuestro médico.
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Dos noches en los jardines del Edén
Comenzaba la expedición al pico Nun de esto estaba seguro el resto iba a llegar por sorpresa.
La puerta para acceder al valle de Ladakh por el oeste, es la ciudad de Srinagar, capital del estado indio de Janmu-Kashmir.
Cachemira, es una zona musulmana dentro del mundo hindú y fronteriza con Pakistán, por lo tanto moneda de cambio para los integristas de uno y otro bando, pero es de una belleza sin igual.
En concreto, el famoso lago Dhal y sus casas flotantes, donde nos alojamos, dejan un recuerdo imborrable y servirá de recurrente pensamiento, en los peores momentos y penurias que viviríamos en los días posteriores.
Cambiamos en horas nuestra casa barco con mayordomo y muebles exquisitos por una exigua tienda de campaña llena de ropa y enseres.
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Terror. En camino hacia el pico Nun
Un día de vertiginosa carretera nos separaba del lugar donde comenzaríamos nuestra marcha de aproximación hacia el pico Nun.
Esa carretera es famosa por su belleza. Siguiendo el curso del rio Indo en un trazado que la sitúa a 1000 m de altura sobre su curso y lo es por ser en la que más muertes se producen del mundo.
Su ancho es poco mayor del de un camión. Esto obliga a las autoridades a autorizar la circulación intermitente de vehículos en un solo sentido. Hay mantenerla cerrada durante el invierno.
Dado que el Valle se surte principalmente por esta carretera, encontramos en las praderas de Sonamarg, previas al collado de Dra, millares de camiones esperando su turno para iniciar la travesía hacia las ciudades de Kargil y Leh.
Todo puede parecer controlado e incluso seguro para los viajeros ocasionales como nosotros, que además gozamos del privilegio de poder transitar sin respetar el cupo diario de camiones.
Poco a poco la cara de ilusión, se nos fue tornando en preocupación para terminar en puro pánico.
Las laderas del rio Indo, que fluye salvaje al fondo del valle se encuentran llenas de restos de mercancías y de camiones que se han precipitado hacia el rio en años y años de circulación.
La cara de nuestro conductor, no experimenta cambios notables mientras maneja nuestro minibús con incierta destreza.
El tiempo pasa y nuestra esperanza es la de alcanzar ese estado donde todo te da igual. Pues así iba siendo, circulábamos ubicados en una fila sin fin de diferentes vehículos, estilo indio, hasta encontramos el primer camión averiado en la ruta.
Esto significa que para sortearlo, hay que arriesgar sacando las ruedas de nuestro transporte hasta el mismo borde del precipicio y así, centímetro a centímetro ir bordeándolo.
Más adelante sería un derrumbe que precedería a otro camión está vez volcado. Un sinfín de obstáculos que nos acompañarían hasta el pueblo de Tangol.
Aquí abandonaríamos los medios mecánicos y divisaríamos, por fin, nuestro objetivo.
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Al tajo. El asedio a la Montaña
Habían transcurrido 6 días desde mi salida de Madrid.
Hoy comenzábamos nuestros porteos hacia el Campo Base. La expedición al pico Nun estaba en marcha y no había vuelta atrás.
Al llegar al mismo, solo a 6 horas desde la carretera/pista, vimos las tiendas de campaña del campamento de nuestros predecesores en el asedio a la montaña.
La expedición vasca se retiraba. El permiso ya les concluía y era nuestro turno de probar suerte. La suya, les había negado la cima.
El diseño de ascensión era el clásico, pensábamos en instalar tres campamento y un depósito antes de una cascada de hielo que daba entrada a un plateau de 5 km que consistía en la parte más tediosa de la montaña.
Para transitar el menor número de veces esa interminable planicie habíamos transportado un par de esquís. Con ellos montaríamos un trineo y así transportar toda nuestra carga en el menor número de porteos.
Al poco de comenzar una infección en la boca. Esto dejaba a Antonio fuera de juego y nos sacaba al 25% de los efectivos de la ecuación.
Los días trascurrían bajo un sol de justicia que nos achicharraba cualquier parte de nuestro cuerpo que no estuviera bajo una gruesa capa de crema solar. Nunca pensé en perder la piel del interior de mis orejas como así me ocurrió.
Cargar la mochila hasta donde te es posible y armado de crampones y piolet ascender, ascender, ascender.
El campo uno abastecido. Cuando el dolor de cabeza desaparece es la indicación de que ya estás aclimatado a esa altura y en disposición de lanzarte a instalar el siguiente campamento.
Subes, instalas, dejas la carga y bajas. Así, haciendo diente de sierra, se va progresando hasta instalar en campo dos.
Por delante nos quedan 1000 m, pero avanzaremos en estilo alpino, subiremos con las tiendas, instalaremos y dormiremos en el campo III y de tirón intentaremos la cima, si sale bien y conseguimos llegar, descenderemos de tirón al campo I.
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Y llegó el momento. Ataque a la cima del pico Nun
Desde la tienda del campo I donde estamos Pepe y yo, vemos moverse a alguien en el extremo del plateau.
Hacía tiempo que habíamos desechado la idea de que Antonio, víctima de la fiebre pudiera recuperarse.
Habían transcurrido muchos días desde que se retiró al campo base. No era esperable su recuperación. Pero sí, era él, como el ave Fenix se había repuesto y sin dudarlo y en solitario se había lanzado a quemar las etapas que nos separaban. Llegó justo en el momento en que iniciábamos lo que sería nuestro ataque a la cima.
Los cuatro ascendimos hasta el campo II, una estrecha plataforma que apenas podía albergarnos a los cuatro donde pasamos una noche, complicada por el escaso espacio vital que podíamos disfrutar.
El siguiente día, conseguimos instalar el campamento III por encima de los 6.000 m de altura. Esta vez una pequeña relajación en la pendiente de nieve nos permitía poder levantar las tiendas con cierta relajación. La cima al alcance de la mano.
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La aventura de un pitipinzas en el Himalaya, llegó
Las actividades de montaña, siempre llevan añadida cierta épica: relatos gloriosos, gestas solidarias, entrega, solidaridad, trabajo en común, esfuerzo desinteresado, sacrificio. Y claro, uno no se puede escapar de esta influencia, si juegas lo haces con todas la consecuencias.
Antes de iniciar mí expedición al pico Nun en el himalaya indio, había seleccionado los objetos que dejaría en la cima, si la conseguía, y estos eran en favor de las dos mujeres que ocupaban el papel principal en mi vida, mi compañera y mi hija.
Una foto de la primera con un significado especial y un pequeño juguete de la segunda, un clip en forma de oso que recibía el nombre comercial de pitipinzas.
En la parte de arriba de mi mochila y en una bolsa cerrada, estos dos objetos habían recorrido miles de kilómetros hasta llegar a ese lugar y en ese momento. Los palpé, por última vez antes de ponerme los guantes y lanzarme fuera de la tienda.
El viento soplaba fuerte y frio, eran las 2 de la madrugada, habíamos dormido poco y el dolor de cabeza hacia lo posible por aparecer, íbamos hacia la cima.
Solo miras donde poner la bota para dar el siguiente paso y jadeas. Una larga pala de nieve dura nos deja avanzar, no tan deprisa como nos gustaría. Atrás, vemos nuestras tiendas del campo III, cada vez más pequeñas. Solo somos tres, Miguel ha decidido dar por finalizado su intento de cima y se queda a esperarnos en el campamento, a la bajada se unirá a nosotros en el descenso.
Las horas pasan demasiado deprisa y la cima está aún lejana. Algunos gritos de apoyo entre nosotros nos hacen salir del letargo que se impone, de la rutina de paso tras paso y ahogo permanente.
Diez horas después de abandonar nuestro campamento, notamos como la franja rocosa que seguimos tiene un fin. El cielo ya da contorno a la arista que seguimos, es la cima. Casi a la vez hemos llegado los tres. Doce días desde nuestra llegada al Campo Base, han sido necesarios.
Hemos sudado bien la camiseta, pero el clima y la naturaleza, nos ha dado una rendija por la que nos hemos colado y la cima está a nuestros pies. Allí iba a dejar en un agujero escavado en la nieve cimera, aquellos recuerdos elegidos en mi casa, a miles de kilómetros. Un recuerdo para las personas queridas.
El cielo estaba absolutamente despejado y hacia el oeste se divisaba el Karakorum pakistaní. Hacia el este se alza la cima del Kun, montaña hermana de altura similar.
Sin dudarlo, nos lanzamos al descenso. Ese mismo día Pepe y yo alcanzaríamos el campo I donde pernoctamos, íbamos más rápidos que nuestros compañeros y en montaña hay que minimizar el riego.
Poco a poco nos acercábamos a nuestro campo base, como pega cada vez porteábamos más peso, había que recoger todo nuestro equipo y añadirlo al que ya llevábamos a la espalda.
Las cuerdas fijas nos iban marcando el camino. El largo periodo de buen tiempo había hecho reducirse notablemente el espesor de la nieve y nuevas grietas habían aparecido o ensanchado y muchas estacas están fuera de sus anclajes con lo que había que prestar una especial atención a cada movimiento.
La pradera de las marmotas
Casi de noche llegamos al Campo Base. Abrazos, alegría y cansancio infinito.
El Campo Base estaba instalado en una pradera, con un rio y un pato, sí un pato, que nuestro cocinero había llevado y que la premura con la que conseguimos la cima le libró de haber sido parte del menú.
El lugar era de libro, prados verdes, agua corriente, nadie en el entorno y los silbidos de las marmotas que aparecían y desaparecían.
Un placer largamente esperado fue el poder lavarte con agua caliente y desayunar algo apetitoso. Uno de nuestros fallos más sonados fue el haber elegido tarde y mal unos alimentos liofilizados difíciles de comer por lo poco atractivo de su resultado, una vez añadida el agua. Esto nos mantuvo en permanente situación de hambruna, próxima al delirio, durante toda la expedición.
Con la llegada de Antonio y Miguel, al día siguiente que nosotros, la expedición había concluido. Habíamos vivido una experiencia y además con éxito añadido. ¿Qué más podíamos pedir?
Bye Bye India
Siempre he dicho que los trámites de salida de India, consiguen que odies profundamente al país y a sus habitantes, pero en el momento en que te sientas en tu asiento en el avión empiezas a pensar en tu próximo viaje al subcontinente.
En está ocasión el lío me lo organizó aduanas. A la llegada, Lufthansa, me había perdido el par de esquíes que llevábamos para atravesar el plateau. Llegaron días después y en los trámites, un aduanero burócrata los reflejó como una importación en mi pasaporte. Esas tablas, tras cumplir su cometido, se quedaron en un pueblo de nuestra ruta y acabarían en alguna cerca de ganado. El hecho es que al salir del país, me requerían el enseñar lo que estaba reflejado en el pasaporte, articulo que el aduanero desconocía completamente. Cosa imposible.
Y ahí comenzó el último capítulo de la serie, del cual me rio hoy, pero que me llevo al límite de mi curtida paciencia. De un aduanero a otro, de allí al jefe y luego al jefe del jefe, a todos les explicaba que era un artículo sin valor y que habían quedado rotos en una grieta, el tiempo transcurría y nadie daba importancia a que tenía que coger un avión. Tras más de una hora de contar lo mismo y encontrarme con ese gesto indio que consiste en mover la cabeza con un vaivén continuo, surgió la pregunta medio en hindi medio en ingles… ¿Y cuánto vale la radio?.
Cuando conseguí pintarle en un papel el artículo objeto del problema y darse el “jefe” cuenta de que no era ningún artilugio electrónico, firmó el pasaporte y me dio entrada al avión de regreso. Una vez más se había cumplido lo anteriormente dicho, tras la tempestad, ya comenzaba a pensar en el siguiente viaje y poco meses después regresaba a India.
Estas fueron “Las aventuras de un Pitipinzas en el Himalaya”, una expedición al pico Nun que marcó mi vida.
Me encantaría que tú como viajero Intrépido me cuentes tus experiencias, charlar de montaña siempre me apasiona.
Jose Antonio Masiá
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