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¡Esto no puede ser bueno para el cuerpo!

Llevamos ya 18 días de navegación por las aguas antárticas. Es de noche, esa noche polar que no llega a ser negra y la hora es indeterminada, me da pereza mirar el reloj y toda mi atención está centrada en no caerme de la cama con la próxima escora del barco.

Cuando vas a viajar a la Antártida, sea la primera vez o seas un avezado navegante, el Pasaje Drake es el primer nombre que te va a surgir.

¿Miedo?, ¿inquietud ante lo desconocido?

Ten en cuenta que la suerte va a jugar un papel fundamental.

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¿Qué es el pasaje Drake?

También se le conoce como paso Drake o mar de Hoces, es el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, entre el cabo de Hornos (Chile) y las islas Shetland del Sur (Antártida). Comunica el océano Pacífico al oeste con el mar del Scotia al este. Su anchura es de unos 800 km. Sus aguas son de las más tormentosas del mundo. Las aguas del paso son famosas por lo tormentosas, con olas de más de 10 metros no poco frecuentes. Localizado entre los 56º y (aproximadamente) los 60º de latitud sur, el paso es indudablemente la causa del refrán marinero: “Debajo de los 40 grados, no hay ley. Debajo de los 50 grados, no hay Dios.” (Según Ecured)

Y sí. O bien a la ida o bien a la vuelta o las dos veces lo vas a tener que navegar.

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Crónica de una travesía

En mi caso, fue a la vuelta a Ushuaia. Me había embarcado en un  viaje donde en primer lugar navegamos con dirección a las Islas Malvinas y Georgia del Sur y desde allí nos dirigimos a la península Antártica. Hasta el momento de enfrentar el Drake habíamos tenido una navegación todo lo tranquila que se puede suponer en aquellas latitudes. Si bien tuvimos un incidente al quedarnos prácticamente bloqueados entre las islas Orcadas y las Shetland por el hielo.

El viaje lo había comenzado  a primeros de noviembre y esto suponía que el hielo todavía cubría grandes partes del océano complicando la navegación. Si bien y a diferencia de los tiempos de las andanzas de ERNEST HENRY SHACKLETON, el satélite permitió trazar rutas a través de las grietas existentes en la masa helada, haciéndonos posible la navegación segura pero lenta que tuvimos.

Una vez en aguas antárticas, el mar es tranquilo y placentero, lo cual te hace olvidar rápidamente, el tiempo pasado.

Half Moon Island, está en el archipiélago de las Shetland y es habitualmente la última parada antes de emprender el regreso al puerto de Ushuaia. Es habitual que si el hielo lo permite, el capitán encalle el barco en la masa helada y puedas descender sin necesidad de zodiac y caminar el mar helado. Una magnífica jornada, que te da la oportunidad de caminar hasta las cimas, y desde allí observar las islas circundantes, la Península y lanzar alguna mirada furtiva hacia el mar que te cobijará las siguientes 30 horas hasta divisar el Cabo de Hornos.

El día transcurrió tan intenso como cabe esperar en un viaje como este, desembarcos, caminatas, observación de fauna. El reloj avanzó rápido, el viaje poco a poco llegaba a sus últimas jornadas.

La cena en el comedor, añadía al olor de las viandas a consumir, el ligero aroma de la inquietud y por qué no decirlo del miedo. Ya habíamos aprendido que cuando nos moviéramos en el interior del barco, siempre una mano había que mantenerla en contacto con él y que si la cosa se ponía fea, lo ideal era recluirse en el camarote, acostarse y esperar.

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Las últimas y agitadas horas

Después de cenar, oímos como las maquinas comenzaban a trabajar y a sentir las ligeras vibraciones que empezaban a transmitirse a personas y cosas. Era el momento de subirse al salón de proa y leer un rato, ver tus fotos del día o charlar con los y las compañeras de viaje.  Está era la rutina diaria, hasta que, como dice la canción, “llego el comandante y mando parar”.

Justo en el momento de abandonar la protección de las islas Shetland y exponernos a las corrientes y vientos, se acabó la tranquilidad. Era el tiempo de volver al camarote lo más dignamente posible y tumbarse. Si te habías dejado algo en la mesilla o en la mesita de trabajo, no te preocupes, ya estaba en el suelo rodando de un lado a otro de la cabina. Las olas comenzaban a salpicar el ojo de buey y la asomarte por él, percibías un océano negro y con crestas de espuma blanca batida por el viento. La noche fue corta, solo unas pocas horas de oscuridad dieron paso a un día que amaneció gris, las olas te impedían mantenerte erguido y poder utilizar las dos manos para cualquier tarea, y las que se realizan en el baño menos aún. Un frugal desayuno, para fijar el estómago y tocó visitar el puente de mando.

El capitán, nos dejó visitar su sanctasanctórum en grupos pequeños. La visión desde este lugar privilegiado impresiona. Ver hundirse la proa de un barco de este tamaño en las aguas negruzcas y emerger de nuevo devolviéndolas blancas es impresionante, pero sobre todo impresiona observar la tranquilidad con que la tripulación gobierna el barco, sin cambiar el gesto cuando una nueva ola vuelve a sumergir la proa en el océano.

Según nos dijeron, para nuestra tranquilidad, las olas no iban a sobrepasar los 12 metros en nuestra travesía y no se esperaban tormentas, o sea que habíamos tenido suerte. Con esta información retornamos a nuestros camarotes. El hecho de haber atravesado el Drake después de tantos días de navegación no había provocado muchas bajas entre el pasaje.

Pero está fue mi experiencia y hay que pensar que cada vez que se enfrenta el Drake puedes encontrar unas condiciones diferentes. Las aquí narradas, fuero “llevaderas” pero hay que tener en cuenta que también fue el regreso después de muchos días de navegación y estaba aclimatado al medio, en la medida en la que esto es posible. Pero si esto no es así, estás 30 horas pueden ser muy desagradables, grandes olas, mucho movimiento y verte obligado a permaneces en la cabina acostado y con el pero malestar imaginable.

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Y por fin el Cabo de Hornos

Cuando el sol comenzó a caer, divisamos tierra. Era el Cabo de Hornos, el mar fue cediendo en virulencia y poco a poco empezamos a sentir que la travesía, en nuestro caso, estaba llegando al final, en pocas horas entraríamos en el Canal de Beagle.

Refugiados ya en aguas tranquilas y con el regreso a Ushuaia asegurado, las maquinas quedaron en silencio y celebramos con mezcla de tristeza y alegría que habíamos finalizado nuestro periplo antártico. El sol se puso tras el Cabo de Hornos y tiñó de rojo los cielos.

José Antonio Masiá

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Y tú, ¿has vivido una experiencia así?

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